En la ciudad de París, la Francia, hay un monumento dedicado a la memoria del general Napoleón. En los últimos años del siglo XVIII y los primeros del XIX, llegó a ser un hombre temible en Europa. Era famoso por sus victorias y conquistó a casi toda Europa menos la Inglaterra. El general ambicioso estaba pensando en controlar el mundo entero.
Hay una lista de las batallas peleadas y ganadas que se puede leer en el monumento Arco de triunfo en París. Sin embargo, falta una batalla importante: la histórica batalla de Waterloo. Perdió esa batalla y el curso cambió. Sus sueños se estrellaron cuando perdió esa batalla tan importante. Fue desterrado y murió en desfama.
¿De qué provecho le había sido ganar todo el mundo si siempre habría perdido en la batalla de Waterloo? De repente su gloria, fama y fortuna desvanecieron. De nada le sirvieron todas las victorias pasadas en el momento de esa derrota aplastadora. Cuando perdió esa batalla perdió todo.
Cada alma responsable enfrenta grandes batallas espirituales en la vida. Las consecuencias de estas batallas son de mucha importancia. La derrota en Waterloo trajo desgracia para Napoleón durante su vida. La derrota en la batalla de tu alma trae angustia por toda la eternidad. ¿Has pensado de las consecuencias inevitables de una vida egoísta sin Cristo?
¿Vas a perder la batalla de la vida? – la batalla entre vida y muerte. – la batalla entre el cielo y el infierno. – la batalla entre la abnegación y el amor de sí mismo. – la batalla entre tu alma y el diablo. Jesús dice: “¿Qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36).
No importando si tengamos mucho o poco de los bienes de este mundo, si perdemos nuestra alma será una tragedia. Nuestro destino eterno será sellado. Mucha gente no reconoce que hay que pelear una gran batalla espiritual. Su entendimiento ha sido cegado por Satanás y el mundo y están inconscientes de la batalla contra el pecado. La Biblia dice: “Despiértate, tú que duermes, Y levántate de los muertos, Y te alumbrará Cristo” (Efesios 5:14). Líbrate de las cadenas de pecado y Satanás. ¡Pelea hasta el fin! No puedes evitar la muerte física pero sí puedes evitar la muerte eterna. “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego” (Apocalipsis 20:14). “Donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Marcos 9:44). Si pierdes la batalla para la salvación de tu alma sufrirá una condena eterna a los tormentos del infierno.
¿Has pensado en algún momento que hay un solo paso entre ti y la muerte? ¿Estás listo pasar del tiempo a la eternidad? Para ganar la victoria que te llevará a tu hogar celestial tendrás que ir con Jesús quién “vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). “Dios . . . ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). ¡Ahora! No mañana ni en otra ocasión más conveniente. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2). Si estás todavía sin Cristo en tu corazón, si tu pasado te condena, si no has experimentado el nuevo nacimiento (Juan 3:3), no descansas en paz. ¡Arrepiéntete! Ven a Jesús tal como eres mientras él toca a la puerta de tu corazón. Él dijo: “Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). Tal vez preguntas, ¿puede un pecador acaso ser salvo? ¡Sí! Ven a Cristo de todo corazón con fe y acéptale como tu salvador personal, arrepintiéndote de tus pecados y obedeciendo la voz del Espíritu Santo. Ganarás la batalla de tu alma. No solo gozarás de paz y gozo en esta vida, sino también de dicha y gloria con tu salvador en la eternidad. Hace miles de años el profeta Ezequiel dijo: “Mas el impío, si se apartare de todos sus pecados que hizo . . . e hiciere según el derecho y la justicia, de cierto vivirá” (Ezequiel 18:21).
Si piensas disfrutar de los placeres de un mundo pecaminoso, en el fin perderás como Napoleón perdió en la batalla de Waterloo. Serás como náufrago sin salvador y perecerás. ¡Qué lástima pasar la eternidad en el infierno! Toma la mano de Jesucristo, el gran salvavidas, sin demorar. Te salvará perpetuamente (Hebreos 7:25). Podrás pasar la eternidad en el cielo. Entonces, hablando de la última batalla, dirás con el apóstol Pablo: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57).
Alma amada, tuya es la elección entre la victoria o la derrota, el cielo o el infierno, el Dios viviente o el diablo, gloria y gozo eterno o tormento y aflicción sin fin. “Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida” (Deuteronomio 30:19). ¡Escoge a Dios hoy!