Hay muchas personas en el mundo hoy en día con corazones atribulados. Hay muchas razones por estar atribulados. Podemos estar seguros que Dios sabe la razón y está esperando darle paz al corazón atribulado que venga a Él con fe. Dios te ama y desea morar en tu corazón.
El corazón del hombre, tal como se usa en esta ilustración, es la posición en que el hombre basa sus afecciones, o el ‘verdadero tu’. Las cosas que tú haces nacen de tu corazón.
Dios, el Creador, creó al hombre en el principio. Su intención era que el hombre le sirviera y viviera feliz en el huerto del Edén.
Algo pasó que echó a perder el plan de Dios. El diablo, al que llamamos Satanás, odia a Dios. Él causó que el hombre dudara y por esto el hombre escogió desobedecer a Dios. Por eso el corazón del hombre llegó a ser malo y pecaminoso. Ya no podía tener la comunión con Dios que sobrepasa todos los demás deleites. Su corazón llegó a ser engañoso y gravemente perverso (Jeremías 17:9). El hombre fue separado de Dios.
Dios, a causa de su gran amor, mandó a su hijo, el Señor Jesucristo, para morir por el pecado del hombre. Nueva esperanza se ofrece a toda persona. Dios quiere morar en cada corazón humano y un día llevar los salvos a vivir con él en su preciosa morada llamada, ‘El Cielo’. Dios ha decretado que allí el pecado no entrará.
Pecado es cualquier pensamiento, actitud, acción o creencia contraria a la voluntad de Dios. Es lo que corrompe el corazón del hombre. Dios no solamente mira la apariencia exterior, sino que mira también el corazón. Nada le es oculto a Él. Manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan (Hechos 17:30). Si el hombre pasa por alto o descuida este mandato, será echado en el lago de fuego inextinguible, llamado el infierno (Mateo 25:41).
Tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados, confesarlos, y ser perdonados. Entonces Dios crea un corazón nuevo dentro de nosotros que le ame y le sirva. Su espíritu ya no condena al hombre, sino que entra en su corazón y le conforta y le guía. Finalmente, cuando nuestras vidas en ésta tierra terminen, Dios nos recibirá con Él.
El Corazón del Pecador
Este corazón es gobernado por el príncipe de este mundo. El domina la vida del pecador con sus espíritus perversos. Dos de ellos son los espíritus de orgullo y egoísmo. En la ilustración puedes ver a Satanás en el centro del corazón. El pavo real, el león, el puerco, la serpiente y otros animales representan los espíritus vanos, violentos, impuros y astutos que moran en el corazón del hombre pecador. Aun la apariencia de amabilidad de tal corazón es desagradable a Dios, porque es motivada por el orgullo y la honra propia.
En este corazón puede haber pecados tales como la borrachera, que resulta en conducta que trae vergüenza y desgracia. Puede estar lleno de lascivia y palabras perversas (Proverbios 23:29-33). El hábito del tabaco muchas veces se encuentra en este corazón, afrentando y profanando el cuerpo que Dios desea tener como su templo (1 Corintios 3:16,17).
La inmoralidad, el adulterio y los deseos carnales moran en éste corazón, cuando no en hechos, entonces en pensamientos. Jesús dijo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón (Mateo 5:28). Estos espíritus inmundos se deleitan en la vida vergonzosa y pecaminosa de la gente. Los salones de baile, los cines, teatros y la literatura sucia alimentan los deseos del corazón de pecador. "Mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca" (1 Corintios 6:18). Comer con exceso se iguala con la borrachera y bajo la ley del Antiguo Testamento era tratado como un pecado grave (Deuteronomio 21:18-21). La mariguana, la cocaína, el opio y muchas otras drogas que alteran el ánimo pueden ocupar este corazón, algunas de éstas no sólo destruyen la mente, sino también el cuerpo y el alma del hombre.
Apostar, estafar, robar, mentir y engañar producen frutos dolorosos. Algunos de éstos pecados se justifican con excusas tales como, ‘todo el mundo lo hace’. A estos hechos se les dan una mínima importancia diciendo: ‘no es tan malo’, o ‘no le hace daño a nadie.’
La codicia es desear algo que pertenece a otro. Mira las posesiones de otros y las desea, procurando obtenerlas de cualquier modo, aunque no sea legítimo. La aspiración del impío es acumular riquezas terrenales. Este pecado conduce a una condición como la del hombre rico, del que leemos en Lucas 16:19-31. Abrió sus ojos en el infierno y pedía una gota de agua para refrescar su lengua ardiente.
La pereza, (representada por la tortuga), indiferencia, tardanza y flojera son tentaciones o pecados de éste corazón. Es flojo para trabajar o hacer algo con sus propias manos y codicia las cosas que otros tienen (Proverbios 21:25,26).
La astrología, horóscopos, brujerías y espiritismo son artimañas que enredan como araña y gobiernan al corazón vació del Espíritu Santo. Dios aborrece la influencia satánica de estas raíces malignas, porque solamente pueden promover la corrupción y el engaño que este corazón ya posee.
La crueldad y el odio se dejan ver, muchas veces en forma de una furia malvada. Arranques de ira y conducta violenta se ven con frecuencia, y la venganza se busca, muchas veces en nombre de la justicia. Salmos 37:8 nos ordena desechar estos pecados. Sin embargo, al pecador le es imposible amar sin egoísmo. Por un tiempo puede contener estos espíritus crueles, pero de repente aparecen con su furia y destrucción. El resultado es tristeza, pesar, dolor y aún la muerte. Envidia, celos y mala voluntad controlan este corazón trayendo desgracia y miseria a la vida de otros.
El orgullo alza su repugnante cabeza en este corazón por sus modales presumidos y vanos. Se preocupa muy poco por el bienestar y los sentimientos de otros, sólo busca su propio bien. Se adorna a sí mismo con los encantos mundanos del respeto propio, la educación, las modas, posesiones materiales, honor, fama, arrogancia, alta estima de sí mismo, justicia propia y sus derechos propios. Se ofende fácilmente, y dolorido, carga sentimientos. Cuando otros no lo tratan a su gusto, busca el modo de injuriar y dañar. El orgullo se exalta en su descendencia y los hechos de su familia antepasada. Codicia el poder y elogio. Pone mucho énfasis en sus buenos hechos y menosprecia los esfuerzos de otros. El orgullo ignora la franqueza y sencillez como las enseña la Biblia. Razona y se justifica a sí mismo hasta que ya no escucha la reprensión.
El orgullo fue expulsado del cielo y nunca más volverá a entrar por sus puertas. Dios aun aborrece los ojos altivos (Proverbios 6:16,17). Su origen fue con Satanás y su destino es el infierno. "Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu" (Proverbios 16:18). Dios aborrece y resiste el orgullo en cualquier forma que sea, pero da gracia a los humildes (I Pedro 5:5).
La conciencia no cesa de atribular al pecador aunque se haya pecado en su contra, o haya sido pisoteada o cauterizada por el pecado (1 Timoteo 4:2). Siempre se encuentra presente, y en un momento de quietud, juzgará y condenará, produciendo remordimiento y temor. En esta manera Dios declara al hombre que el juicio espera a cada quien, porque "el alma que pecare, esa morirá" (Ezequiel 18:4).
El corazón pecador por la ignorancia engañadora, negligencia y somnolencia, abiertamente resiste el amor de Dios. Se consuela a sí mismo mirando la vasta multitud de corazones iguales, caminando al juicio eterno. Cree que más delante será más conveniente y habrá tiempo para tratar con sus pecados que está gozando o que lo tienen cautivo. En su incredulidad rechaza la Santa Escritura que le trae condenación, y acepta el consejo de otros pecadores. Satanás, sin misericordia, le ciega los ojos a la verdad. Se esfuerza en descarriar al corazón cuando trata de alcanzar la palabra de Dios. Lo tienta, como hizo con nuestra madre Eva, a dudar de Dios, preguntando, ‘¿de veras lo dijo Dios?’ Sin embargo, Dios todavía sigue hablándole al corazón. "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna" (Juan 3:16). Sí, corazón atribulado, Dios todavía te está llamando. "Y al que a mi viene, no lo echo fuera" (Juan 6:37).
El Corazón Convencido y Arrepintiéndose
El pecador en esta ilustración comienza a responder al amor y al juicio de Dios. El Espíritu Santo lo ha estado convenciendo del pecado y del juicio que viene. Ha estado invitando al pecador a mirar a Jesús para salvación. Sus oraciones han ascendido al trono de gracia; no sólo de labios, sino del clamor desesperado en lo profundo de su alma. Aunque la apariencia exterior sea una de libertad, interiormente está atormentado y esclavizado por un cruel tirano. El Dios del cielo ha notado esta condición. Él oye y responderá al clamor por auxilio (Éxodo 3:7). Por la gracia de Dios el Creador, este corazón está recibiendo luz y entendimiento; luz para poder ver sus pecados cuando son iluminados por la Santa Escritura, y entendimiento para recibir la Palabra de Dios y aceptarla por fe. Grande angustia y ansiedad prevalece en este corazón.
Este corazón pecador reconoce su vileza delante de Dios. Reconoce que no tiene nada con que aplacar la ira de Dios que lo espera. Comprende que sus heridas son corruptas y hieden a causa de la locura en que ha vivido (Salmos 38:5). Clama así como el carcelero clamaba en Hechos 16:30: "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" Reconociendo la depravación de su corazón, clama; "Dios, sé propicio a mí, pecador" (Lucas 18:13).
La Palabra de Dios condena el pecado y ofrece esperanza al pecador. Llega como una luz penetrando el corazón ennegrecido. La presencia de la Palabra de Dios, brillante y autoritativa, echa fuera del corazón al diablo con su orgullo y los espíritus inmundos y viles. El diablo, al retirarse con sus espíritus, resiste el gran poder del Espíritu Santo. Trata de esconderse en algún escondrijo del corazón, y se esfuerza por cubrir muchos pecados de la mirada escudriñante de Dios.
Este corazón, al ceder al tierno abrazo de Jesús, su Salvador, de repente contempla la cruz: tan avergonzada en su soledad, pero tan radiante en su esplendor. Contempla al hijo de Dios, crucificado, herido y sangrando. Desnudo, afrentado y ultrajado, está puesto en alto para que todo el mundo lo vea. Aunque puro y sin pecado, cuelga en medio de los ladrones. "Y fue contado con los pecadores" (Isaías 53:12). El corazón del pecador agonizante escucha las palabras de la cruz, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).
"Ningún delito hallo en este hombre", clama el corazón arrepentido. "Es mi pecado, mi miserable corazón digno de muerte y de condenación eterna, que merece la muerte vergonzosa y vil de la cruz. ¿Cómo puede ser que Él muera por mí?"
"Mas Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados" (Isaías 53:5), dice la voz queda y confortante del Espíritu. "Tus pecados han sido juzgado por los sufrimientos y la muerte del único hijo de Dios". "Pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra" (Isaías 66:2). Es la consolación dada al corazón cuando se sumerge en tristeza y remordimiento al pie de la cruz. El lazo de Satanás se ha roto. Un corazón nuevo se ha formado y se le ha dado paz del cielo que procede de Dios el Padre.
Un Corazón Nuevo
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:1). Una perfecta paz se le ha dado. Redención de una vida de pecado a una vida santificada se ha efectuado. Las confesiones y restituciones se han hecho. El corazón ha sido crucificado al mundo con sus vanidades (Gálatas 6:14). Ahora el Espíritu Santo, figurado como una paloma en nuestra ilustración, ha llegado a este corazón para guiarlo a toda verdad (Juan 16:13). Ahora este corazón desea y se alimenta de la leche espiritual de la Palabra de Dios (1 Pedro 2:2). El fruto del Espíritu, que es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza, empieza a ser evidente en este corazón (Gálatas 5:22,23).
Como las ovejas son guiados por el pastor, así el corazón nuevo es guiado junto a aguas de reposo (Salmos 23). El cristiano renacido, por medio del Espíritu Santo ahora puede distinguir en su propia vida y en la vida de otros, la diferencia entre obediencia y desobediencia. Se fija que muchos nombran el nombre de Cristo sin apartarse de la iniquidad (1 Timoteo 2:19), y de tales se aparta. Estudia la Palabra de Dios y no le da vergüenza abrazarla en todas sus enseñanzas. Tal confianza en Dios le ha dado una libertad que no le da vergüenza de hablar de lo que ha oído y visto y ha experimentado (Hechos 4:20).
Este corazón recién nacido, comprende la necesidad de limpieza continua, orando junto con el salmista, "Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébeme y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mi camino de perversidad" (Salmos 139:23,24).
El Espíritu Santo poda las ramas del corazón, removiendo las que estorban, para que pueda traer más del precioso fruto (Juan 15:2). Se somete a esta limpieza, sabiendo que sin Cristo, no puede hacer nada.
Siempre tiene presente a su Señor, crucificado, resucitado y puesto en alto. Cristo es su gozo supremo y siempre busca agradar a Él que le dio vida nueva.
Este corazón tiene confianza que el poder de Dios le guarda. Jesús dijo: "Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano" (Juan 10:27,28). En tanto que él siga escuchando y siguiendo al pastor, esta seguro. Ni aun Satanás puede moverlo de la mano de Dios.
El es instruido a velar y orar porque Satanás lo va a tentar con los deseos sensuales que antes tenía. A veces Satanás llega como león rugiente para tratar de someterlo; otras veces se presenta como un ángel de luz para seducirlo. Si acepta sus sugerencias, Satanás lo va a apartar del buen Pastor. El plan de Satanás es robar, matar y destruir. Sin embargo, si este corazón se somete a Dios y resiste al diablo, Satanás huirá de él. Mientras este corazón atiende la voz del Pastor, y le sigue, el tendrá seguridad.
El Corazón Reincidente y su Final
Este corazón es uno de tragedia. Gradualmente, por medio de los engaños del diablo; el pecado, el descuido y la negligencia han vuelto. La bondadosa gracia del Espíritu Santo empieza a retirarse de él. Satanás y sus espíritus inmundos, que Dios ha guardado fuera por medio de su presencia, están volviendo de nuevo en todas sus formas y costumbres viles. Esto retira del corazón las benignas virtudes ilustrados por la paloma y el cordero. Este corazón empieza a darle la espalda al Salvador, y abandonar las promesas eternas de Dios, que antes reclamaba como suyas.
Si este cristiano hubiera velado con diligencia y obedecido fielmente en su vida nueva, habría perseverado. No obstante sus hermanos espirituales tratan de convencerlo por medio de las amonestaciones.
"Despiértate, tú que duermes" (Efesios 5:14), clama vez tras vez el Espíritu Santo, pero el corazón engañado sigue durmiéndose.
Satanás ha empezado a mecer a este hijo de Dios para dormirlo, con el intento de que nunca vuelva a despertar de su sueño. Por las preocupaciones de la vida o los engaños de las riquezas, los deseos carnales de juventud, la negligencia de oración, el dejar de leer la Palabra de Dios; al tentador le ha sido posible entrar con falsas y vanas promesas.
Por lo pronto el cristiano puede mantener su apariencia exterior intacta. Atiende a la iglesia, comenta sobre la Biblia, da testimonios, se arrodilla para orar, mas todo es superficial y vació. Gradual y seguramente el orgullo y la negligencia están endureciendo a este corazón. Los amigos mundanos son su preferencia. El esplendor y la vanidad del entretenimiento y la sensualidad lo han distraído y le llaman la atención. La conversación inmoral y necia prevalece en él. La conciencia, una vez clara, se ha ido marchitando y su voz reprensora ya casi no se escucha, abriendo la puerta al placer del pecado. La amargura, envidia, ofensa y un espíritu implacable, gobiernan sus pensamientos otra vez, dando evidencia que el orgullo se ha levantado de nuevo como espíritu dominante. La concupiscencia y la carnalidad se hacen presentes en su vida y poco a poco entran en su corazón, que una vez era limpio y puro. En su condición caída, su propia justicia le engaña la imaginación y el reincidente llega a orar de esta manera, "Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres" (Lucas 18:11). Este corazón ha vuelto al mundo y está perdido, igual que aquel corazón que nunca ha aceptado a Cristo.
Jesús, el Pastor, con grande preocupación observa este corazón. Él sale a buscarla en los contratiempos de la vida. En la tarde, al contarlas todas; esta oveja no vuelve al redil. Su amor no se apoca, y en su súplica le ruega, "Vuelve, ¡Yo he derramado mi sangre por ti!"
La cruz le ha llegado a ser una ofensa y ha renunciado el negarse a sí mismo. La vida de los hijos de Dios y su fraternidad se le hacen muy estrechas y de muy poco valor. Sin embargo, "el Espíritu y la Esposa dicen: Ven" (Apocalipsis 22:17). La mano correctiva de Dios se hace sentir en diferentes maneras, pero los sentimientos de compasión propia han tomado el lugar de la tristeza que es según Dios. Las excusas y la justificación propia han tomado el lugar de la justificación por la fe en Cristo Jesús.
Pastores falsos e inconversos sosiegan a este corazón con tal satisfacción y consuelo, que no tiene voluntad de ser librado de los pecados en que se está regocijando otra vez.
El espíritu inmundo que había salido, ha vuelto para morar de nuevo en este hogar. "Entonces va, y toma otros siete espíritus peores que él; y entradas, moran allí; y el postrer estado de aquel hombre viene a ser peor que el primero" (Lucas 11:26).
¡Oh, que infeliz y despreciable condición! Ni las diversiones pecaminosas en que antes se gozaba parecen traerle satisfacción ahora. Pero la gracia de Dios todavía sigue llamándole al arrepentimiento.
¡Oh reincidente! Di, en tu corazón, "Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lucas 15:18). Apresúrate, hoy es el día de salvación, no endurezcas más tu corazón. "¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!" (Hebreos 10:31). No desprecies más la gracia de Dios manifestada en Jesucristo. Acepta la oferta de salvación, mientras que la puerta de misericordia permanezca abierta.
El tiempo se apresura. El corazón pecaminoso se está acercando al día de su muerte. Su cuerpo podrá ser atormentado por el dolor y su corazón lleno de espanto. Las riquezas, si es que ha acumulado algunas, no son de ningún valor y sus amigos de diversión lo han abandonado. La malignidad de su pecado lo acusa silenciosamente. Los diez mandamientos, que es la ley eterna de Dios, hablan franca y claramente en el momento de su muerte. La voz de Dios se oye una vez más, "No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre" (Génesis 6:3), y después no se escucha más.
El Espíritu de Dios se dirige a los vivos, y su último testimonio dice, "he aquí, la paga del pecado". Es terrible contemplar al pecador en la hora de su muerte; sin esperanza, sin salvador, sin luz; solo oscuridad y total desesperación. Lamento y crujir de dientes en el horno de fuego es lo que le espera (Mateo 13:42). Esta sentencia espera al pecador, si no deja de pecar, o si ha vuelto al pecado, así como el corazón del reincidente. "Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio" (Hebreos 9:27).
Llegada al Hogar Celestial del Corazón Victorioso
Este corazón es victorioso. Su intención es caminar como es digno de Dios, que lo llamó a su reino y gloria (1 Tesalonicenses 2:12). Por medio del poder transformativo del nuevo nacimiento este hijo de Dios se esfuerza diariamente por hacer a un lado todo peso de pecado que lo acecha. Corriendo con paciencia la carrera, puestos los ojos en Jesús el autor y consumador de la fe (Hebreos 12:1,2).
Satanás, con mucho poder siempre está presente, pero el cristiano tiene paz y seguridad, porque es guardado por el poder de Dios (1 Pedro 1:5).
Con el paso del tiempo, las pruebas de la vida se presentan. El hijo de Dios sufrirá contratiempos. Puede haber persecuciones aun por sus seres queridos. Puede que ser afrentado y rechazado por sus compañeros. A veces la tentación de abandonar la cruz de Jesús y sus aflicciones, casi le abatirá. A los ojos y oídos de este peregrino, llega el esplendor y la pompa del camino ancho. La carne, por el amor al ocio, le pide una mayor libertad en su vida. Satanás desea que este corazón se olvide de su esclavitud pasada, instándole que recuerde los placeres y la carnalidad de su vida anterior. El Espíritu Santo le advierte que "Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios" (Lucas 9:62).
El Pastor sigue dirigiendo a este corazón hacia delicados pastos y junto a aguas de reposo, como una de sus propias ovejas. Incontables veces, cuando rodeado por pruebas y aflicciones, este fiel corazón es dirigido de vuelta a la quietud de este lugar de reposo, y aquí su alma es restaurada (Salmos 23). La mesa preparada en presencia de sus angustiadores lo habilita para amarlos y orar por ellos, aunque lo traten mal (Mateo 5:44). No hay nada que pueda él aceptar en cambio por su alma. Su deseo es ver únicamente a Jesús.
Por la gracia y sabiduría que ha recibido por medio del consejo de la Palabra de Dios, este corazón busca a los hijos de Dios. Cuando encuentra el cuerpo de Cristo, la iglesia del Dios viviente, y llega a ser bautizado con agua como manda en las Sagradas Escrituras, practicando y guardando las sanas doctrinas, el anhelo de su alma es satisfecho(1 Corintios 12, Hechos 2:41). Amar y proclamar el evangelio, como embajador de Cristo, le da grande gozo a este hijo de Dios. Es como árbol plantado junto a aguas, trayendo fruto a su tiempo (Salmos 1:1-3). Una conciencia desprovista de ofensa le da libertad y benignidad a esta vida; un perfecto amor ha echado fuera el temor (1 Juan 4:18). Al lenguaje terrenal le es imposible describir el gozo y la gloria del corazón que sigue las pisadas de Jesús.
Por fe, el cristiano ya puede ver la hermosa ciudad cuyo autor y constructor es Dios, la que ha preparado para todos aquellos que le aman. El puede oír a Jesús decir: "No se turbe vuestro corazón;…en la casa de mi Padre muchas moradas hay;…voy, pues, a preparar lugar para vosotros…Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:1-3). El cristiano dice junto con el apóstol Pablo: "Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?" (1 Corintios 15:54,55). El se conforta al recordar que Jesús dijo: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente" (Juan 11:25,26).
Todo mortal morirá. Así también este corazón victorioso, pronto se encontrará con el tiempo de su partida de esta vida terrenal. Posiblemente no tenga el deseo de experimentar la muerte, pero sí, desea ver el tiempo de gozo que le espera en su vida inmortal.
La paz y quietud, muy íntima para él en esta vida, lo rodean en su lecho de muerte en sus últimos momentos. Al tiempo de su partida, tiene el testimonio y la seguridad que por medio de su redención en Cristo, recibirá la corona de vida eterna.
La fe que lo ha sostenido durante su vida, no le faltará durante su muerte, porque está anclado en el eterno Hijo de Dios. Jesucristo mandará a sus ángeles que lleven su alma (Lucas 16:22).
El apóstol Juan, en la visión que recibió en la isla de Patmos, miró "una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas,…vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban…la salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero". Le fue dicho: "Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del cordero...Ya no tendrán hambre ni sed,...porque el Cordero…los pastoreará,…y Dios enjugará toda lagrima de los ojos de ellos (Apocalipsis 7:9-17).
¿Se podrá pedir algo más de la vida que esto? ¿Has notado que el cielo te llama? ¿Están tus seres queridos esperándote en los portales de la gloria? ¿Desearías estar entre aquella multitud que Juan contempló? ¿Está Jesús aún esperando en la puerta de tu corazón? "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo (Apocalipsis 3:20). ¡Ven! ¡Ven ahora, no sea que nunca oiga su voz jamás!