La luz del mundo
La Biblia es la Palabra de Dios, la verdad eterna. Contiene el relato de la creación, de la desobediencia del hombre hacia Dios y la agonía que cayó sobre la humanidad a causa del pecado. También nos cuenta del amor de Dios hacia el hombre y del plan para redimirlo. Nos habla de un salvador quien nació, murió por los pecados del hombre y fue resucitado de la muerte para su salvación. Él que cree su mensaje tendrá perdón de pecados, tranquilidad de mente, amor para todo el mundo, poder sobre el pecado y una esperanza viva de vida eterna.
La hermosa creación de Dios
Dios, el Creador del universo, siempre ha sido. Está por dondequiera, sabe todo y es todo poderoso. Por su gran poder, todas las cosas fueron creadas. Dios creó este mundo cubierto de agua, y luego dijo: “Que aparezca la tierra seca” y así fue. Él creó las lomas y los valles y los cubrió de pasto, flores hermosas y toda clase de árboles. Creó los pájaros que cantan tantos cantos diferentes. Dios creó todos los animales, grandes y pequeños, que recorren los campos y los bosques, así como los insectos pequeños y reptiles que viven sobre la tierra. Creó los mares y lagos y todas las criaturas que los habitan. Formó los continentes en donde viviera gente de toda raza. Dios hizo el sol para que diera luz y calor y la luna para que diera luz en la noche. Engalanó el cielo con miles de hermosas y centelleantes estrellas. Por último Dios creó al hombre del polvo de la tierra. Sopló en su nariz aliento de vida y el hombre llegó a ser un alma viviente. Dios le llamó Adán.
Dios vio que Adán necesitaba ayuda, e hizo caer sobre él un sueño profundo. Entonces tomó de Adán una costilla y de ella formó una mujer. Adán le amó a Eva y ella también le amó a él. Ellos gozaban de una dulce comunión. Esto era el plan de Dios para la unidad familiar.
Dios creó todo en seis días, y en el séptimo descansó. Dios contempló todo lo que había hecho y vio que era bueno. Entonces Dios bendijo el séptimo día y lo santificó como día de descanso para el hombre.
La Biblia nos habla de un ángel caído llamado Satanás, o el diablo. Él fue echado del cielo a la tierra y es el origen de todo mal. La tristeza, el sufrimiento, las enfermedades y la muerte vinieron a este mundo por causa de él.
El trágico principio del pecado
Dios amaba a Adán y a Eva. Hizo un hermoso jardín donde ellos pudieran vivir. Se llamaba el Jardín de Edén. Era para Adán cuidar el jardín. En este jardín había muchas clases de vegetales y frutas que ellos podían comer. Había un árbol llamado el árbol de la ciencia del bien y del mal. Dios le dijo a Adán que no comiera del fruto de ese árbol, porque el día que comiere de él, de seguro moriría. Un día Satanás se acercó a Eva, y le dijo una mentira. Le dijo: “No moriréis...seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4-5).
Al contemplar el fruto de este árbol hermoso, Eva vio que sería bueno para comer, y que comer de él traería sabiduría. Ella tomó del fruto y también le dio a Adán, y los dos comieron. Inmediatamente se sintieron muy culpables en sus corazones. Jamás se habían sentido así. Comprendieron que habían hecho algo muy mal. Estaban avergonzados al pensar en su desobediencia. Sintieron temor en sus corazones cuando pensaron en encontrarse con Dios. Así que se escondieron entre los arboles del jardín.
En lo fresco del día, Dios llamó a Adán y le dijo: “¿Dónde estás tú?” No podían esconderse de Dios, así que vinieron a la presencia de Dios y reconocieron su mal. Dios les hizo entender cuán grande pecado era desobedecer su mandato. Él les dijo que tenían que ser castigados por su desobediencia. De allí en adelante tendrían que sufrir dolor y dificultades en sus vidas. Tendrían que trabajar para sobrevivir. Sus cuerpos envejecerían y se gastarían. Morirían y volverían otra vez al polvo.
Después de ser echados del hermoso jardín, Dios puso querubines con una espada ardiente para impedir que comieran del árbol de la vida. Ellos empezaron a comprender las consecuencias del pecado y la gran tristeza que trae.
El triste resultado del pecado
Adán y Eva se sentían muy apesadumbrados por su pecado de desobedecer a Dios. A pesar de su pecado Dios todavía los amaba. Les prometió enviar un Redentor para la salvación de la humanidad.
Caín y Abel fueron los primeros dos hijos que les nacieron a Adán y a Eva. Un día trajeron una ofrenda al Señor. Caín trajo comida que había producido. Abel trajo un cordero escogido de su rebaño y lo sacrificó, derramando su sangre. A Dios le agradó el sacrificio de Abel, mas no se agradó de Caín ni de su ofrenda.
Cuando Caín supo que Dios se agradó de Abel, en su corazón le entró envidia y odio hacia Abel. Después, estando juntos un día en el campo, Caín se levantó y mató a su hermano Abel. Dios le preguntó a Caín: “¿Dónde está Abel tu hermano?” Él no quería decir la verdad y dijo: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). Caín no había obedecido las instrucciones de Dios. Antes de matar a Abel, Dios le había advertido que si hiciera el bien sería aceptado. ¡Si tan solo Caín hubiera corregido su actitud y hubiera amado a su hermano! Una vez más el pecado separó al hombre de la presencia de Dios. Caín llegó a ser un fugitivo y vagabundo.
Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo
“Que os ha nacido hoy...un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:11). Después que Abel murió y Caín se fue del hogar Adán y Eva tuvieron otro hijo. Le llamaron Set. Él temía a Dios. Dios bendijo a la descendencia de Set. Ellos oyeron y creyeron las promesas maravillosas de Dios, de un Salvador que un día les libraría. Abraham, especialmente, creyó a Dios; por lo cual fue llamado amigo de Dios. A él se le dijo que por medio de su descendencia, todas las familias de la tierra serían bendecidas.
Muchos años después, Dios cumplió su promesa de enviar un salvador a este mundo. Esto sucedió de un modo sobrenatural en el pequeño pueblo de Belén en Judea. Allí, en un establo, le nació un bebe a María, siendo virgen (Lucas 2:1-7). Un ángel le dijo a María que el niño se llamaría Jesús . Él sería un gran maestro quien enseñaría a la gente muchas cosas acerca de Dios. Jesús creció igual como crecen otros niños. A la edad de doce años entendía más de la Palabra de Dios que muchos doctores y abogados de Jerusalén. Parecía saber todo acerca de la ley y de los profetas; nadie podía preguntarle algo que él no supiera.
Jesús se interesaba grandemente en las necesidades de su propia gente. Cuando tenía treinta años, empezó a enseñar en las sinagogas. Un día leyó una profecía del Antiguo Testamento acerca del Mesías que había de venir. Cuando terminó de leer, dijo a la gente: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:21). Él enseñaba a la gente con autoridad. Dijo que el reino de Dios estaba cerca, y que el arrepentimiento era necesario para poder entrar al reino. Les enseñaba adorar a Dios con humildad y sinceridad. Reprendió a los incrédulos y soberbios por sus pecados. Predicó el evangelio de amor a los pobres y necesitados.
Jesús ofrece vida eterna
Le dijo Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25).
Jesús hizo muchos milagros, mostrando a la gente que él era el Salvador que Dios había prometido. Sanó a los enfermos, dio vista a los ciegos, sanó a los sordos, echó fuera demonios y resucitó a los muertos. Él caminó sobre el agua y calmó la tempestad por su palabra. Habló a una higuera y al día siguiente se encontró secada desde la raíz. Alimentó más de cinco mil personas hambrientas con cinco panes y dos pececillos. Cuando todos quedaban satisfechos sobraron doce canastas de comida. Cuando los pescadores echaron sus redes a su mandato, sacaron una gran cantidad de pescados. Un día Jesús se encontró con diez leprosos que habían oído de su fama. Ellos clamaron: “Maestro, ten misericordia de nosotros”. Por su palabra fueron sanados.
Grandes multitudes siguieron a Jesús cada día, sea andando en los pueblos o por los caminos. Eran bendecidas por sus palabras inspiradas, su compasión, su amabilidad y por los milagros que hacía.
Jesús comenzó a decirle a la gente que él era el Hijo de Dios y que Dios era su padre. Todos los que creyeron sus palabras eran bendecidos. Dijo a los que creyeron que eran hijos de Dios.
Jesús dijo a sus discípulos: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). Este lugar en el cielo es para todos los cristianos verdaderos.
“Venid, benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mateo 25:34b).
Jesús murió por nuestros pecados
“Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, le crucificaron allí” (Lucas 23:33).
Los escribas y fariseos estaban muy disgustados con Jesús y sus enseñanzas. Con frecuencia les había reprochado porque buscaban honor y por sus modos ilícitos de ganar dinero. Ellos le tenían celos y envidia porque mucha gente creía en él, le seguía y le alababa. Tenían miedo que la gente hiciera a Jesús su rey.
A veces tentaron a Jesús a decir o hacer cosas que causara que la gente perdiera la fe en él, pero era más sabio que ellos. Mientras la fama de Jesús aumentaba, el odio y coraje de los escribas y fariseos crecía. Llegó a ser tan grande que hicieron planes para matarlo.
Jesús fue llevado a la corte y le acusaron de ser malhechor y blasfemador. Levantaron falsos testimonios contra él. Después, le llevaron ante Poncio Pilato, gobernador romano de Judea. Pilato no pudo encontrar falta en él y le iba a dejar libre, pero los acusadores de Jesús se juntaron en una muchedumbre enfurecida y empezaron a gritar: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” Cuando Pilato oyó sus gritos furiosos y sus amenazas, cedió a sus demandas y se le entregó. Tomaron a Jesús y le pusieron una corona de espinas en su cabeza. Burlándose de él, le llamaron rey. Le escupieron en la cara y le golpearon cruelmente. Al fin le clavaron en la cruz donde le dejaron hasta que muriera.
Jesús, el inocente, fue muerto de igual manera como el cordero que Abel ofreció en el altar cientos de años antes. Abel ofreció su cordero como un símbolo del cordero de Dios que iba a morir por los pecados del mundo. Profetas de antaño habían profetizado de los sufrimientos de Jesús y su muerte. Juan el Bautista dijo: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Jesús resucitó de los muertos para darnos la libertad
“No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor” (Mateo 28:6).
Al tercer día después de la muerte y sepultura del Señor Jesús, que fue el primer día de la semana, algunas mujeres fueron a la tumba para ungir su cuerpo. Siendo muy temprano por la mañana, se sorprendieron al encontrar la tumba vacía. El cuerpo de Jesús no estaba allí. Se angustiaron. Al instante dos ángeles con vestiduras brillantes estaban parados junto a ellas. Les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, sino que ha resucitado” (Lucas 24:5-6). Ellas volvieron de prisa y dijeron a los discípulos lo que habían visto y oído. Los discípulos no podían creer lo que ellas les dijeron, así que Pedro y Juan fueron corriendo a investigar. Ellos también encontraron la tumba vacía, y al entrar encontraron los lienzos y el sudario, enrollado aparte, que había estado sobre la cabeza de Jesús. Cuando vieron todo esto, creyeron lo que las mujeres les habían contado. En la tarde del mismo día los discípulos estaban todos reunidos con las puertas cerradas por miedo de los judíos. De repente Jesús se paró en medio de ellos y les dijo: “Paz a vosotros”. Les mostró sus manos y su costado herido. Cuando miraron al Señor se alegraron y creyeron que era el mismo Jesús que fue crucificado y había resucitado de los muertos. Después Jesús se mostró a mucha gente como prueba de su resurrección.
Esa mañana, cuando Jesús se levantó de los muertos es todavía el día más glorioso de toda la historia. En ese día, el hermoso plan de Dios de salvación fue cumplido. Por la gracia de Dios este plan de salvación cambia los corazones y vidas de los hombres mediante la fe en la muerte y resurrección de Jesús. "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17). Ahora todos los que reciban a Jesús en su corazón y le sigan obedientemente toda su vida resucitarán y vivirán para siempre en el cielo. Jesús dijo: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis" (Juan 14:19).
¿Habla este mensaje a tu corazón? ¿Cuál es tu respuesta? ¿Te arrepentirás y creerás el evangelio? “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). No te tardes. Ven a Jesús ahora mismo.