Juzgar: ¿Qué significa? ¿Es apropiado juzgar? ¿Nunca has reflexionado sobre estas preguntas? “No juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mateo 7:1). Este versículo ha llevado a muchos cristianos a la conclusión que no tienen ni derecho ni responsabilidad para juzgar lo que ven y escuchan. Sin embargo, esta conclusión les deja confundidos para saber cómo lidiar con la vida en que se encuentran.
Un estudio de la Palabra de Dios mostrará que sus hijos tienen la responsabilidad de juzgar.
Responsabilidad personal de juzgar
Jesús dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio” (Juan 7:24). Desde el principio del tiempo, la Palabra de Dios ha promovido un estándar recto de vivir.
La Biblia claramente enseña que el mentir, el robar, la avaricia y toda inmoralidad son desagradables a Dios. Afirma que la ira, la insensatez y el egoísmo no deben ser permitidos en la vida de los hijos de Dios. Si estos hechos y actitudes están presentes en mi vida, ¿no debo yo juzgarlos como pecaminosos y buscar la liberación de ellos? Si noto esas acciones y actitudes en la vida de un amigo, ¿me atrevo a decir que no estoy para juzgarlo bien o mal, cuando Dios ha declarado: “Que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”? (Gálatas 5:21).
Cada día trae oportunidades a cada persona para el bien y el mal. ¿Cómo puede una persona saber qué debe aceptar y qué debe rechazar? 1 Tesalonicenses 5:21 nos dice: “Examinadlo todo; retened lo bueno”. ¿Por cuál norma probamos todas las cosas? La única norma verdadera que tenemos para vivir es la Palabra de Dios.
Entendiendo Mateo 7:1
¿Qué estaba enseñando Jesús cuando dijo: “No juzguéis, para que no seáis juzgados”? Tomemos un vistazo a todo el pasaje que contiene estas palabras.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mateo 7:1-5).
Esta porción de la escritura, que muchos dicen prohíbe el juzgar, realmente nos enseña a juzgar de dos formas. En primer lugar, debemos juzgar el pecado en nuestras propias vidas. Entonces, con una actitud pura, debemos ayudar a nuestro amigo o hermano juzgar el error que podría estar en su vida.
Un espíritu apropiado para juzgar
Debemos tener cuidado de juzgar con un juicio justo y con un corazón tierno hacia aquel que esté en error. Tal vez una razón por la cual se habla tan mal del juzgar en el mundo de hoy es porque tantas veces se realiza de una manera hipócrita y dura.
Juzgar como Cristo es buscar cómo revelar el error, señalar al remedio y conducir a la sanidad y restauración. Dios ha confiado esta parte en las manos de los verdaderos creyentes (2 Corintios 5:19-20).
Las personas tienen una tendencia natural a ser críticas y censuradoras hacia los con diferentes estilos de vida y opiniones. Es fácil juzgar las palabras o acciones de otra persona sin tener un conocimiento completo de todo lo que se refiere a la situación. Uno puede sentir que un amigo ha hecho un grave mal y condenarlo rotundamente. Pero si tomaría el tiempo para visitar con el amigo y aprender la verdad de la cuestión, bien podría concluir que él mismo hubiera actuado de la misma manera.
Tal vez nuestros sentimientos han sido heridos por un comentario hecho por un vecino. “¡Él es malo! Quería herirme”, enfadamos. En realidad, hay una gran posibilidad de que nuestro prójimo no tenía una mala intención. Puede haber sido un mal expresado o puede ser que no entendemos sus palabras correctamente. Podemos ver un hermano cristiano fallar de alguna manera. Murmuramos: “¡Mira, no le importa cómo vive!”. En realidad, puede ser que le importa mucho, y aún en ese momento está sintiendo angustia debido a su falta. No es nuestra responsabilidad condenar a quien ha fallado. Debemos ayudarle a ver su error y conducirlo al arrepentimiento y el perdón.
Al hombre, con su naturaleza depravada, le encanta probar que otros estén en error y que él tenga razón. A veces empezamos a sentir la responsabilidad de convencer a otra persona de su error. Si la persona que estamos tratando de convencer no es fácilmente persuadida, podemos llegar a ser argumentativo. Podemos hablar con voz alta y con fuerza. Podemos comenzar a mencionarle los muchos errores y fallos que hemos notado en él o afrontarle de tal manera que el acusado no tiene manera de explicar su posición. No es así que el Señor quiere que probemos y juzguemos el pecado. Cuando una persona quiere ganar la discusión o demostrar a alguien que está en error, ha dejado de ser embajador para Cristo. Él está en su propia misión y ya no está reconciliando a su hermano a Cristo. “Así que, somos embajadores en nombre de Cristo” (2 Corintios 5:20).
Al intentar juzgar el error en la vida de nuestro hermano o prójimo, nunca debemos permitir que esto nos haga sentir poco caritativo o irritable hacia él. Debemos hablarle con ternura y paciencia. “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado” (Gálatas 6:1).
El juicio entregado a la iglesia de Cristo
El Nuevo Testamento enseña que se ha dado responsabilidades a los creyentes que forman la iglesia de Cristo en la Tierra. Han de ser un pueblo distinto de la generación impía alrededor de ellos (2 Corintios 6:17-18). Deben vivir en unidad, “teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Filipenses 2:2). Las llaves del reino de Cristo se le ha dado a ellos, y han de atar lo que Dios ha atado y soltar lo que ha sido desatado en los cielos (Mateo 16:19; 2 Tesalonicenses 3:6-14; Tito 3:10-11).
Probar la enseñanza falsa
La cristiandad está en gran confusión hoy en día. Un grupo de cristianos profesantes proclama: “Aquí está Cristo”. Otra denominación dice: “No, él está aquí”. Se enseñan doctrinas que entran en conflicto la una contra la otra. Sin embargo, todos reclaman la autoridad espiritual. ¿Cuál es la causa de este caos? ¿No ha surgido debido a la falta de voluntad de las personas para juzgar entre la verdad y mentira?
Jesús dijo: “Guardaos de los falsos profetas . . . Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:15-16). El Hijo de Dios dio a los creyentes la grave responsabilidad de juzgar a sus maestros por la vida que viven. Advirtió que muchos falsos profetas vendrían en su nombre y en su nombre harían muchos milagros maravillosos. Sin embargo, el fruto de la vida de estos maestros revelaría el egoísmo, orgullo, lujuria, codicia, deshonestidad y otras características impías. Por esta prueba, el sincero hijo de Dios debe ser amonestado huir de estos maestros, para que ellos no le desvíen por mal camino (1 Juan 4:1).
Una gran parte de la falsa enseñanza que se ha diseminado en todo el mundo tiene cierta atracción a la naturaleza del hombre. Parece razonable y adecuado. Aquellos que lo siguen dan gran testimonio del poder de Dios en sus vidas. Sólo una cuidadosa y concienzuda examinación de estas enseñanzas, comparada con la completa Palabra de Dios, revelará que la falsedad se ha mezclado con la verdad. Al perseguir estos principios a sus conclusiones, a menudo se encuentra que ellos no se acuerdan con las doctrinas bíblicas de la abnegación, la humildad y la mansedumbre. Más bien parecen dar lugar a la autosuficiencia, la soberbia y una vida carnal.
Dios, el juez final
El día del juicio final se acerca en que Dios tratará con el destino de las almas de los hombres. Su juicio será de acuerdo con su Palabra escrita. La Biblia nos dice que el día vendrá cuando “se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:7-8).
Dios tiene la capacidad para mirar dentro del corazón del hombre. Sólo él es capaz de sopesar todas las circunstancias en las que cada alma ha vivido. Es capaz de determinar los motivos y las intenciones que mueven a cada ser humano. Dios es capaz de decidir si un alma ha vivido según la fe encontrada en su Palabra.
El individuo que juzga el pecado en su vida y vive según la Palabra de Dios, puede estar seguro que Dios le recibirá en el día del juicio final. La persona que no presta atención a la enseñanza de Jesús enfrentará un terrible día del juicio. Jesús dijo: “El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Juan 12:48).
¡Qué le pidamos a Dios, el gran juez, darnos un concienzudo entendimiento de su voluntad para nuestras vidas, que podamos juzgar con justo juicio y al final recibir nuestra recompensa eterna!