Jesús estableció su reino cuando estuvo en la tierra. Nosotros que hemos entrado en este reino hemos hallado que es un lugar de placer profundo y satisfacción duradera. Es un reino de paz. Allí no hacemos instrumentos de destrucción, ni nos adiestramos para la guerra (Isaías 2:4). El mundo ha tenido muchos reinos en el pasado, pero han ascendido por la fuerza de sus reyes y guerreros y han caído por sus debilidades.
Cristo, nuestro rey, es inmortal y todopoderoso. Por eso su reino no tiene fin y todo lo vence. Él se describe en el libro de Apocalipsis: “El que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 1:18). Después de que Él había resucitado de la muerte, le dijo a sus seguidores: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mateo 28:18).
Nabucodonosor, rey de Babilonia, tuvo un sueño que no podía recordar. Daniel, el profeta hebreo, pudo explicarle al rey lo que había soñado y también la interpretación del sueño. En su sueño, Nabucodonosor vio una gran estatua hecha de varios materiales. Su cabeza era de oro, sus brazos y pecho de plata, el vientre y los muslos de bronce, sus piernas eran de hierro macizo, pero sus pies eran de hierro mezclado con barro. Cuando Nabucodonosor contempló esta visión, sucedió algo asombroso. "Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra. Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre" (Daniel 2:34-35, 44).
La piedra no cortada con mano es Cristo. Él es el fundador del reino eterno que es superior a todos los demás. ¿Cómo se puede entrar en este reino? Sólo hay una manera—nacer en el reino por el nuevo nacimiento. Jesús dijo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Los que por la fe rinden su voluntad a Dios y creen en Jesucristo son nacidos de nuevo y llegan a ser ciudadanos del reino eterno de Cristo. Esto abre la puerta para el bautismo en la verdadera iglesia de Dios "que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad" (1 Timoteo 3:15). "Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder" (Mateo 5:14). Esta iglesia mora seguramente dentro del reino de Cristo en la tierra. La iglesia puede ser identificada por su doctrina pura y su práctica de la Palabra de Dios.
El nuevo nacimiento no sólo nos hace ciudadanos del reino eterno de Jesucristo, sino que también nos da vida espiritual. Aquellos que tengan una nueva vida en Cristo tienen poder para vencer el pecado. Ellos ya no están dominados por la vieja naturaleza pecaminosa con sus pasiones y deseos. Debido a que tienen una lealtad superior, no van a participar en los gobiernos terrenales, aunque obedecen las leyes seculares tanto como su lealtad a Dios les permite. Están en el mundo, pero no son del mundo. A pesar de que viven en este mundo y construyen casas y tienen negocios y familias, siempre están conscientes de su posición en el reino eternal (Jeremías 29:4-7).
El reino de Jesucristo no se limita por fronteras políticas. En cada nación los que han nacido de nuevo son aceptados en el reino y se aceptan los unos a los otros. No van a combatir por ningún reino terrenal. "Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían… pero mi reino no es de aquí" (Juan 18:36). De hecho, no harán ninguna violencia, ya que su Rey desea que vivan en paz con todos los hombres. Jesús enseñó el no resistir. "Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra" (Mateo 5:39).
Se habla del reino de Dios en Apocalipsis capítulo 20. Dado que este reino es superior a todos los demás, Satanás es incapaz de conquistarlo. Él está atado, incapaz de hacer daño a los fieles que están en el reino celestial. Ellos viven y reinan con Cristo durante el tiempo que el reino está sobre la tierra. El reinado de Cristo se extiende por el tiempo entre el comienzo del reino espiritual y el juicio al fin de los tiempos. Los 1000 años figurativos se refieren a esto. Es un reino de gracia en la vida del creyente que le da poder sobre el pecado. El apóstol Pablo escribió a los cristianos de Éfeso que Dios les "hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús" (Efesios 2:6). Hoy en día, todavía disfrutamos de esta comunión y pertenecemos a este reino hermoso. Nosotros que una vez fuimos atados por las cadenas del pecado ahora somos "más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Romanos 8:37). Una vida victoriosa sobre el mundo con sus pecados y concupiscencias culminará en la victoria eterna sobre la muerte.
Cuando Jesús ascendió al cielo, prometió a los que habían estado con Él que volvería. Él los llevaría a estar con Él en las mansiones que había ido a preparar. Aquellos que no son del reino de Cristo aquí en la tierra le encontrarán como un juez. Cada persona que vive o ha vivido sobre la tierra dará cuenta de su vida ante el eterno Rey de reyes y Señor de señores. Aquellos cuyos nombres no se encuentran en el libro de su reino serán lanzados al lago de fuego preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41, Apocalipsis 20:15).
Después del juicio, la gran boda del Cordero se llevará a cabo. Jesucristo es el Cordero de Dios, sacrificado por los pecados del mundo. Previó la alegría que compartiría con aquellos que Él había redimido, y estaba dispuesto a soportar el oprobio de la muerte sacrificial en la cruz. Al final de la época del reino en la tierra, Él recogerá a su Esposa—el cuerpo formado por los miembros de su reino. Todos ellos entrarán en la gran fiesta de bodas y vivirán con Él para siempre.
Tú estás invitado a nacer de nuevo y entrar en el reino de paz. Jesús murió por ti y está esperando recibirte y darte la paz que tu alma anhela. Arrepiéntete y da tu vida a Él sin reservas, y serás parte de su reino. Tu vida será feliz, y después que esta vida terrenal haya terminado podrás disfrutar de una eternidad de felicidad y paz.