Hay solamente dos destinos, puesto que en el día de juicio no habrá más que dos clases de personas. “Los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:29).
Cuando los perdidos oirán al gran Juez declarar su sentencia: “Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad”. ¿A dónde irán esas almas condenadas? Cuando, de dos personas que están trabajando juntos, uno es tomado y el otro es dejado, ¿qué será del que es dejado? Cuando la mirada del justo Rey penetra al injusto como una espada, y ninguna excusa tendrá valor, ¿qué va a pasar? Cuando el Libro de la Vida será abierto, y no se encuentra el nombre del perdido, ¿qué pasará?
A corta distancia al sur de Jerusalén hay una barranca profunda que traspasa el paisaje. Durante los reinados de Acaz y de Manasés, ocuparon este valle como un lugar de adoración depravada que no se pueda imaginar. Allí los seguidores de Moloc echaron a sus hijos vivos a los brazos candentes de un ídolo inmenso de bronce. En seguida cantaban y bailaban para extinguir el clamor angustiado de sus hijos mientras se quemaban. Los Hebreos llamaban el lugar el Valle de Hinom. En griego el nombre de este lugar es traducido Gehena.
En el tiempo de la vida de Cristo sobre la tierra, los judíos ocupaban el valle como lugar para depositar a los desechos. Además, en él echaron los cuerpos muertos de animales, así como también los cuerpos de personas desterradas y los cuerpos de reos ejecutados. Allí el aire se mantenía contaminado. En un esfuerzo vano para mantener una apariencia de pureza, dejaban que el fuego quemara la basura de día y de noche, siempre. La mancha del humo nunca desaparecía del cielo. Animales que se alimentaban de la carroña, siempre se mantenían escarbando en ese lugar repugnante. Los gusanos nunca morían y los fuegos nunca se apagaban.
Como Jerusalén, la ciudad de los judíos, representaba la Nueva Jerusalén—la Ciudad de Dios en el Cielo—así este valle infame proveía un ejemplo vivo de la condenación del infierno. Cristo usó la palabra Gehena once veces para hacer referencia al castigo eterno de los pecadores. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno , preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). Era fácil para los que escuchaban las palabras de Jesús imaginar un lugar intolerablemente horroroso donde uno quemaría para siempre. La verdad de un castigo eterno después del juicio final es una verdad bien establecida en la Biblia.
¿Cómo será el infierno? Sus terrores no pueden ser comprendidos. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos proveen de algunas comparaciones: un fuego consumidor, un fuego que nunca se apagará, las tinieblas de afuera, el castigo eterno, el tormento y el lago de fuego.
Sin duda, algunos de estos versículos son simbólicos de una consciencia que molesta incontrolablemente, vergüenza ardiente y una memoria ardiente, lo que muerda y consume, pero que no puede ser apagado. Aun así, el fuego se menciona tan frecuentemente, y tan enfáticamente, que no podemos negar que hay un infierno con fuego literal. La Biblia declara que el lloro, el llanto y el crujir de dientes serán una realidad. Entonces, no podemos menos que aceptar la realidad de un fuego verdadero.
En el día de juicio los perdidos se levantarán a “resurrección de condenación” (Juan 5:29). En la resurrección los perdidos tendrán un cuerpo inmortal, no glorioso como los salvos, sino un cuerpo adecuado para el castigo eterno. Será un cuerpo preparado para el infierno, uno que siente y experimenta constantemente el aguijón de la muerte, pero que nunca muere.
El infierno será un lugar de recordar. En la historia del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), el hombre rico abrió sus ojos en el infierno. En ese lugar al hombre condenado le fue dicho, “hijo acuérdate.” Cuando Dios dirá, “hijo acuérdate,” será imposible olvidar. Como olas inundantes, las memorias de todas las oportunidades para la salvación, las oportunidades para el arrepentimiento, el don de la gracia que uno pasó por alto y más, sumirán a los perdidos. Recordarán lo que amaban en la vida: las posesiones, la fama, los pasatiempos y el sí mismo. Pero esas mismas cosas afligirán como la gangrena. Para siempre vendrán a la memoria todos los pensamientos malos, los pecados cometidos en secreto y las mentiras. Junto con la imposibilidad de olvidar vendrá el clamor más amargo: “Si solamente hubiera amado al Señor.”
El infierno será un lugar de culpa y de vergüenza. El profeta Daniel escribió: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). Cuando Dios dará la sentencia eterna en el día de juicio—los ángeles estarán allí como testigos—caerá como una gran piedra de molino sobre los condenados. Estos estarán arrojados al lago ardiente desde donde no habrá esperanza de volver.
El infierno será un lugar que no ofrece descanso. “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14:11). En este mundo los que sufren dolor siempre encuentran momentos de descanso. Aun algunos que son torturados al fin desmayan y experimentan tiempos de descanso. Al fin, la muerte les trae un alivio. Pero en el infierno no habrá alivio. Los azotes caerán sin fin. El tormento les caerá en abundancia perpetua. Los perdidos clamarán por el alivio, pero sus clamores no serán oídos. Los perdidos crujirán los dientes para siempre mientras buscan algún descanso, un momento de alivio, pero no lo encontrarán.
El infierno será un lugar completamente sin esperanza. La desesperación de los perdidos les agobiará, sabiendo que no habrá ni siquiera un rayo de esperanza, ninguna oportunidad de poder escaparse de allí. Serán un pueblo olvidado en un lugar olvidado. La condenación será completa cuando Dios les dará la espalda. Desconocerá a esas almas para siempre jamás.
En el infierno no habrá ninguna misericordia, ningún amor, ningunos hechos de bondad y ninguna gracia. El odio reinará supremo. El remordimiento angustiador y la tristeza, los ruegos y las súplicas quedarán sin respuesta. Ninguno escuchará, además ninguno tendrá cuidado.
El infierno será un lugar de las tinieblas de afuera. Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él. La condenación eterna será lo contrario. La Biblia lo llama así, “la oscuridad de las tinieblas” (Judas 13). Con la oscuridad viene el temor, el mal, el diablo, los demonios y la muerte. El infierno incluye todo esto, y el infierno es para siempre. Es la muerte segunda. La primera muerte terminará en el juicio, la segunda muerte no terminará nunca. Aun después de diez millones de años, el infierno apenas habrá comenzado.
El tormento y el lloro seguirán, y siempre los que mueren vivirán eternamente. Frente a estas verdades llegamos al límite de nuestra comprensión. Y posiblemente debe ser así, ya que el infierno no fue preparado para los hijos de Dios. Fue preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41). Estos seres caídos esperan en cadenas de oscuridad, temiendo y temblando, conociendo bien su destino eterno.
La Biblia indica claramente que aquellos que no obedecen el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, aquellos que no se arrepienten, los incrédulos, y los abominables, los homicidios, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre (Apocalipsis 21:8).
Hoy estamos sirviendo a uno de dos maestros. Uno, el Padre Celestial, es amoroso y justo. El otro, Satanás, es sumamente malo. Queda sin duda, que el maestro a quien servimos en vida será él con quien estaremos por la eternidad. Cuando el juicio final revela a quién hemos servido, ¿a cuál lado estaremos?
Dios no puede salvar a aquellos que niegan servirle. Sin embargo, Él estará completamente justo. Ninguno irá al infierno injustamente. Dios no quiere que ningún alma perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento y a la vida. Dios nos llama y nos invita a escoger su reino, para estar a su lado. Nos invita venir a Él para salvarnos, porque nos ama.
Los que irán al infierno, irán allí a causa de sus propios intereses y las decisiones que hicieron en vida. ¿Seremos de aquellos que serán dejados, o seremos llevados? ¿Escucharemos la declaración, “Nunca os conocí; apartaos de mí, para siempre:” u oiremos las palabras benditas, “Venid, benditos de mi Padre?” Alma querida, ¿aceptará usted la invitación?
Mateo 25:41 Apartaos de mí
Juan 5:28-29 Resurrección de los condenados
Mateo 22:13 El lloro y el crujir de dientes
Lucas 16:25 Hijo, acuérdate
Daniel 12:2 Confusión perpetua
Judas 6 Ángeles en prisiones eternas
2 Pedro 3:9 No quiere que ninguno perezca
Apocalipsis 21:8 Los pecadores en el lago de fuego
Mateo 25:34 Venid, benditos