Hay problemas donde quiera. La enfermedad, la infelicidad y muchos males son parte de la vida. ¿Dónde comenzó todo eso? ¿Siempre ha sido así? La Biblia, la Palabra de Dios, tiene las respuestas a estas preguntas.
Los dos primeros capítulos de la Biblia hablan de un hermoso jardín llamado Edén, que Dios creó para Adán y Eva. Ellos fueron creados perfectos y sin pecado.
Edén era un lugar de paz y felicidad. No hubo problemas ni enfermedades. Era un lugar muy hermoso. Tenían permiso comer de todo menos del árbol del conocimiento del bien y del mal. Dios plantó ese árbol en medio del jardín y les dijo que seguramente morirían si comían del fruto de este árbol.
Lamentablemente, la tranquilidad en el jardín no duró. Un día el diablo, el enemigo de Dios, se presentó ante Eva en forma de serpiente. Le preguntó a Eva si Dios había dicho que no debían comer del árbol prohibido.
-Sí, -dijo Eva, -Dios dijo que moriríamos si comiéramos de aquel fruto.
La serpiente respondió:
—No morirás cuando comas del árbol; serán como dioses, conociendo el bien y el mal.
Cuando Eva miró el fruto del árbol, tomó del fruto y lo comió.
Era bueno para comer, y lo compartió con Adán. Tan pronto que comieron, sabían que algo estaba mal. Tenían miedo de Dios. Cuando Dios vino a hablarles, se escondieron porque estaban avergonzados. Dios les preguntó si habían desobedecido su mandato, y les explicó los problemas que siempre iban a tener. Su desobediencia iba a causar muchos problemas que jamás se habían visto. Las dificultades, la enfermedad y la muerte ahora serían parte de cada vida.
Cuando Dios les dijo que iban a morir si desobedecían, se refería tanto a la muerte física como a la espiritual. Antes de su desobediencia, eran puros de corazón y sin pecado. Después de desobedecer, se contaminaron de corazón y eran pecadores ante los ojos de Dios. Desde entonces, todos están sujetos a esta muerte espiritual. La naturaleza humana cambió de pura y sin pecado a egoísta y pecaminosa.
La Biblia nos dice en Salmo 14:3 que no hay quien haga lo bueno. En el Nuevo Testamento leemos que no hay nada bueno en nuestra naturaleza pecaminosa. A veces queremos hacer el bien, pero en cambio hacemos el mal. Otras veces sabemos que no debemos hacer el mal, pero nos falta el poder para hacer el bien, todo a causa de nuestra naturaleza pecaminosa. (Romanos 7:18-20).
Hoy en día, muchos son infelices. La gente egoístamente quiere salirse con la suya. Muchos mienten, engañan y roban. Algunos guardan rencor y viven en la amargura y el odio porque no perdonan. Muchos hogares se han roto como resultado del egoísmo y pecado. ¿Te suena esto? ¿Puedes identificar con esto? ¿Tienes alguno de estos problemas?
No te desesperas, esta no es una situación sin remedio. Dios tiene un plan maravilloso para nosotros. Debido al amor de Dios por nosotros, envió a su Hijo Jesús a morir en la cruz y ser castigado por nuestros pecados. (Juan 3:16).
Por el poder de Dios, Jesús venció la muerte y se levantó de la tumba. Debido a que él resucitó de entre los muertos, podemos dominar nuestra naturaleza pecaminosa si aceptamos su sacrificio por nuestros pecados.
Necesitamos rendir nuestra vida entera a Dios y pedirle con fe que perdone nuestros pecados. Entonces él nos perdona y nos convertimos en una persona nueva. (2 Corintios 5:17).
La nueva condición de nuestro corazón se reflejará en nuestro andar y nuestras decisiones. Antes de recibir el perdón de Dios, estábamos separados de él. Ahora, somos sus hijos. La Biblia tiene una manera hermosa de decir esto. “Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Cuando Jesús perdona nuestros pecados, nos da un corazón nuevo. (Ezequiel 36:26). La naturaleza divina incluye amor, gozo y paz en nuestro corazón.
¡Cuán diferente se vuelve nuestra perspectiva de la vida! Ahora vivimos para Cristo, y el pecado no domina nuestra vida. Dios nos ayuda a amar a los que nos han maltratado, perdonar a los que nos han hecho daño y ser amables, amorosos y pacientes. Los hogares que antes eran infelices pueden ser llenos de alegría y satisfacción.
Este cambio no significa que nunca cometeremos errores, pero podemos llevarlos a Dios para que nos perdone. Dios nos ayuda a resistir la tentación, vencer el pecado y dar preferencia a los deseos y necesidades de otros.
Dios envió Jesús al mundo para morir y después resucitar para salvarnos y darnos gozo. Quiere que estemos agradecidos y que sirvamos a otros.
¡Lee la Biblia hoy!