Tratados
La eternidad desafía la imaginación y la comprensión del hombre. No es un objeto, ni lugar; ni período de tiempo. No tiene principio y no tiene fin. Toda la humanidad desde Adán se encontrará en ella.
¿Has mirado alguna vez a tu entorno y te has preguntado cómo empezó todo? Hay muchos animales, pájaros, árboles y plantas en la tierra. ¿De dónde vienen? ¿Siempre han estado aquí? Y, ¿qué del hombre? Piensa en cómo funciona tu cuerpo. Tienes ojos para ver, oídos para oír, y tus pies y manos te ayudan a hacer cosas e ir a donde quieres. ¿Sucedieron todas estas cosas por casualidad o fueron creadas por alguien?
Una vez, no había nada en este mundo. Ningunos peces. No había estrellas en el cielo. No había mares ni flores bonitas. Todo era vacío y oscuro. Pero sí había Dios. Dios planeó algo maravilloso. Él imaginaba un mundo encantador y mientras pensaba, lo hizo. Todo lo formó de nada. Cuando Dios creó algo, solo decía: “Que sea hecho”, y así fue. Él creó la luz. Creó los ríos y mares, la tierra cubierta de hierba, los animales, las aves y los árboles.
Hace muchos años, los hijos de Israel viajaban de Egipto a Canaán. Eran una nación de alrededor de un millón de personas. Dios les sacó de Egipto de una manera milagrosa y Moisés era su líder. De noche les iluminaba con una columna de fuego, y de día los protegía del calor con una nube.
“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido” (Lucas 15:4-6).
“Paz, ¿dónde se encuentra la paz; para las naciones, los hogares y sobre todo para el corazón y la mente?” Este clamor agonizante ha resonado por todas las edades. ¿Es el clamor de tu corazón, también? Muchos están cansados y preocupados. Sin duda, hay una necesidad de dirección y consejo, de seguridad y confianza. Necesitamos y queremos paz. ¡Qué tesoro es la paz! ¿Se puede encontrar este tesoro en un mundo de tanto conflicto y desesperación, confusión y dificultad?
Es natural que los padres amen a sus hijos. Cuando los niños son pequeños, los padres les atienden diligentemente, cuidándoles lo mejor que sea posible. Se regocijan al ver su crecimiento y felicidad. Cuando se enferman los niños, la madre hace todo lo posible día y noche para curarlos. Los padres deleitan al ver que logran alcanzar buenas metas en la vida. Todo esto, y mucho más, es el privilegio y el deber de los padres hacia los hijos.
¿Sabes que hay alguien que sabe todo acerca de ti? Es Dios, quien creó el mundo y todo lo que en él existe. Jesús, el hijo de Dios, también sabe todo lo que has hecho. Sabe lo pasado, el presente y el futuro. Te ama y vino a este mundo para salvarte del pecado. Tiene un plan para tu vida que te dará la felicidad. Un día Jesús viajaba con sus amigos. Llegó a un pueblo en Samaria. Se sentó junto a un pozo para descansar mientras sus amigos iban a comprar comida.
La salvación del alma es el asunto más importante que jamás se va a enfrentar. Es la cuestión de dónde una persona pasará la eternidad. Jesús claramente dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36). Que esto nos impulse a abordar la situación con urgencia.
Desde que Adán y Eva desobedecieron a Dios, hay una semilla de pecado en cada uno. La tengo yo, la tienes tú, la tenemos todos. “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Cuando era niño, la sangre de Jesús cubría mis pecados y sentía libre y feliz. Con el paso de los años, ya no me sentí tan libre. Esta semilla producía pensamientos pecaminosos y yo hacía cosas indebidas. Empecé a sentirme incómodo. A veces me sentía confundido o asustado.